Fri. Nov 22nd, 2024

Una de las catas más interesantes del simposio del Institute of Masters of Wine que se celebró en Logroño antes de la pandemia versaba sobre las nuevas fronteras del vino. Los asistentes pudieron probar un espumoso inglés, un vino japonés, un tinto de malbec y cabernet de Gualtallary, una de las zonas más elevadas del valle de Uco en Mendoza (Argentina), y el vino que elabora el grupo de lujo LVMH en Shangri-La (China) en las laderas del Himalaya, con viñedos cultivados entre los 2.200 y 2.600 metros.

La delimitación clásica del cultivo de la vid en el planeta se sitúa entre los paralelos 30° y 50° del hemisferio norte, y su equivalente en el hemisferio sur, pero el cambio climático está permitiendo sobrepasar esas fronteras. Hoy se cultiva la viña en lugares cercanos al ecuador de Brasil (donde puede llegar a haber dos cosechas al año), la India, Etiopía, Tailandia, Vietnam o Indonesia. No importa lo exótico que sea el destino de un viaje, cada vez existen más probabilidades de que allí existan viñedos y su consecuencia natural: el vino.

Entre los países que asociamos al frío, y aunque la producción sea casi anecdótica, ya es posible el cultivo, como sucede en las zonas más meridionales de Noruega y Suecia, siempre que se trabaje con variedades de maduración temprana como la solaris. No así en Canadá, uno de los grandes beneficiados en este sentido, además del mayor productor mundial de vinos de hielo, cuya materia prima son uvas que se han congelado en la propia planta. Hasta bien entrados los años ochenta, sin embargo, lo poco que maduraba aquí eran vides nativas de Norteamérica como la lambrusca o hibridaciones con Vitis vinifera, la especie que ha dado origen a la mayor parte de las variedades de uva que conocemos.

En el hemisferio sur, la viña también ha ido conquistando fronteras. Los viñedos más meridionales del mundo, que hasta no hace tanto se encontraban en la isla sur de Nueva Zelanda, hay que buscarlos ahora en lugares recónditos de la Patagonia. Chile, Argentina, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda son sólidos productores. El vino está completamente arraigado en su cultura y es un elemento identitario que añadir a la lista de cosas que hacer y probar cuando se visita esos países. Asociamos Argentina con tintos de malbec o Nueva Zelanda con blancos de sauvignon blanc, aunque estos viñedos de las antípodas también dan buenos pinot noirs con los que consolarse de los cada vez más inalcanzables borgoñas. En Sudáfrica habría que probar al menos la variedad blanca chenin blanc y en Australia una shiraz, como la escriben ellos para diferenciarse de la syrah francesa.

La ventaja de elegir destinos con una floreciente industria vinícola es que se puede disfrutar de vinos de calidad a precios bastante razonables, aunque esto no compute para las marcas más prestigiosas de países como Francia, Italia o Estados Unidos. Otros territorios menos encumbrados, en cambio, pueden convertirse en una fuente de deliciosas sorpresas. En Eslovenia, donde la calidad general de los vinos es muy alta, es relativamente fácil encontrar etiquetas asequibles de bodegas de referencia en restaurantes de tipo medio. Una de ellas, Movia, hasta tiene su propio wine bar en pleno centro de Liubliana con una interesante selección de vinos por copas que permite probar muchas de sus referencias junto a las de otros productores.

Los vinos griegos también viven su particular explosión. Aunque la mayoría de sus variedades nos resulten impronunciables, merece la pena aventurarse con la cada vez más cotizada uva blanca assyrtiko, especialmente si procede de la isla de Santorini, y con la tinta xinomavro. Desde Líbano y Turquía hasta el estrecho de Gibraltar, el Mediterráneo es un mar de vino. Allí donde uno caiga, lo suyo es interesarse por el vino de la región o incluso de la localidad en la que se encuentra. En mis últimas vacaciones en Italia, la opción de blanco a orillas del lago de Garda fue un Lugana, la denominación de origen que ocupa un pequeño espacio en la zona sur del lago a caballo entre el Véneto y la Lombardía.

Por supuesto que esto mismo también vale para España y sus destinos más veraniegos.

Tres aventuras, tres vinos

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