Dentro de la mitología moderna, el ser más misterioso que habita hoy en día es el contador.
Un contador es una persona que te resuelve un problema que no sabías que tenías de una forma que no entendés. Por lo menos así lo explica el mito tallado en el aplicativo del régimen fiscal, cuarto apartado, abajo a la derecha.
Un contador es un Indiana Jones que sabe que la página de la AFIP es el Templo de la Perdición (perdición de tiempo, de ganas, de esfuerzo) y aun así se adentra en sus profundidades en busca de la salvación. Para aquellos que necesiten ejemplos más terrenales, los contadores son como los dentistas: al menos una vez al año hay que ir a verlos para chequear que esté todo en orden. Incluso puede suceder que ambos coincidan en un mismo diagnóstico: se puede hacer un blanqueo.
Sin embargo, los contadores son seres únicos, ya que tienen sus propias preguntas filosóficas, lejos de aquellas hechas por los pensadores antiguos. No indagan tanto sobre el alma y el sentido de la vida, sino más bien sobre aspectos tales como: ¿Existirá una prórroga para la presentación de Ingresos Brutos? ¿Se extenderá la moratoria? ¿En este caso aplicará la Ley Penal Cambiaria? Nada los detiene. Si hay un enigma, lo deducen; y si pueden lo deducen de Ganancias.
En esa religión que es su propia profesión, y como quien espera la llegada del Mesías, ellos también aguardan: aguardan por la devolución de Ganancias, por la devolución de la percepción a cuenta de Bienes Personales y también por el regreso de ese hijo pródigo que es el IVA a favor.
Siempre de traje y corbata, a partir de los cincuenta años empiezan a usar chaleco y a partir de los cincuenta y cinco comienzan a usar chaleco de fuerza. No es para menos: tantos años en silencio frente a las hojas de dos columnas, los formularios y las resoluciones del Banco Central no son gratuitos y pasan factura… factura A, B, C o consumidor final. En la playa son fáciles de reconocer: son los que van con el Excel. Lo mismo en los boliches: son los que en la barra piden ticket fiscal.
Saben que su misión es ayudar al contribuyente que se perdió de su rebaño. Y como si se tratara de una oveja que está lejos de su casa, ellos intentan descubrir aunque sea alguna pista para poder guiarlos: “¿Cuál es tu CUIT? ¿Sos responsable inscripto? ¿Cuál es tu clave fiscal?”. Ellos saben que, en el fondo, están ante gente que no sabe ni si tiene la SUBE cargada.
Pese a todo, conocen a su feligresía y a sus detractores. Saben que la Real Academia Española los mira de reojo por el abuso lingüístico de palabras como devengado y aplicativo. No tienen miedo, son profesionales que saben de grandes batallas. Se enfrentaron a monstruos bíblicos como la tablita de Martínez de Hoz, la de Machinea y la devaluación asimétrica. Han calculado costos en épocas de hiperinflación y cerrado presupuestos en años electorales.
Cuenta la leyenda que, cuando un contador se cruza con otro, explota un brillo en los ojos de cada uno en el que se preguntan, responden y acotan todo en un segundo. Es como cuando dos hinchas de un mismo equipo se reconocen en la calle por la camiseta y con una mirada se dicen: “¡Cómo levantó Vélez con este nuevo técnico, eh!”. Lo mismo pasa con los contadores, que sin mediar palabra se dicen: “¿Leíste la Resolución General 5491/2024 del Régimen Simplificado para Pequeños Contribuyentes?”. Y el otro, con tan solo una mirada, le responde: “Sí, no estoy de acuerdo; ahora te dejo, que tengo que ir al dentista a hacerme un blanqueo”.