Empieza en el instituto, pero el camino se bifurca definitivamente en la universidad. Allí el mundo se divide entre quienes cuentan sus vacaciones de verano y quienes rehúyen la conversación porque se las pasaron trabajando. En las raras ocasiones en que las dos castas intiman, creyéndose iguales, algunos se sinceran y confiesan el complejo de no haber estrenado el pasaporte. Lo justo es recibir una respuesta bienintencionada, a la altura de tal candidez: “Mi abuela es la persona más cosmopolita que conozco y no ha salido de su pueblo”. Sobre todo, si la persona que lo dice acaba de relatar sus aventuras en una ONG en un país africano donde pilló la malaria y se enamoró de un americano que le cantaba I Don’t Want to Miss a Thing, mientras su interlocutor reponía cremas solares en un supermercado de costa.
Entre quienes pueden viajar, existen mil motivos para hacerlo: conocer sitios remotos, buscar una electricidad vital perdida, acumular sellos en el pasaporte, desconectar, huir del desamparo íntimo, mejorar un idioma, pasar página de una vida anterior, disfrutar unos días de fiesta lo más lejos posible de casa, no perder la curiosidad… La censora comunidad de X vive atrapada en esa pregunta desde el viernes, cuando tres turistas españoles (dos mujeres y un hombre) fueron asesinados en un tiroteo en Afganistán: “¿Qué se les ha perdido allí?”.
“Iban de turismo a ver el infierno y el infierno les devolvió la mirada”, escribe un usuario anónimo que acompaña su comentario con un vídeo de las imágenes posteriores al atentado. “Afganistán, ese pozo inmundo donde se venden niñas a depravados y el mundo mirando hacia otro lado. ¿Y aún hay turistas?”, lamenta otro tuitero, con una noticia enlazada de un reportaje de la CNN, publicado en noviembre de 2021, sobre la venta por sus padres de una niña de nueve años a un hombre de 55. “¿Qué tipo de persona con dos dedos de frente puede ir a Afganistán de turismo? Hay que ser muy imbécil o muy temerario”, resume el sentir generalizado otro usuario de X.
Aprendimos que no debemos juzgar la forma de vestir de una mujer ni decir que merecía una agresión sexual por ello.
Quizá ahora tendríamos que entender que nadie merece lo que ha ocurrido por decidir viajar a un país.
Eliminemos la culpabilidad de las víctimas.
— Aníbal Bueno – PhD (@Anibal_Bueno_) May 18, 2024
La periodista Mònica Bernabé, quien trabajó como corresponsal en el país, cuenta que cada año se conceden entre 50 y 60 visados para viajar a Afganistán, y que hay agencias especializadas en ofrecer paquetes para visitarlo, que cuestan entre 3.000 y 4.000 euros. Una de esas agencias es la del fotógrafo Aníbal Bueno, quien aclara en X que el grupo víctima del atentado en Bamiyán no formaba parte de un viaje organizado por su compañía, Last Places. Tampoco por la firma Ojo Nómada, según escribe @LethalCrysis. Ambas están especializadas en viajes a lugares no recomendados por el Ministerio de Exteriores español. “Aprendimos que no debemos juzgar la forma de vestir de una mujer ni decir que merecía una agresión sexual por ello. Quizá ahora tendríamos que entender que nadie merece lo que ha ocurrido por decidir viajar a un país”, pide Bueno en un tuit posterior, tras el revuelo en la red social por el atentado. “Eliminemos la culpabilidad de las víctimas”, añade. “Culpa no es lo mismo que responsabilidad. Ellos son responsables de su decisión de haber ido allí”, rebate otra tuitera.
Solo los supervivientes de la expedición podrán contar qué les llevó a Afganistán, y qué riesgos estaban dispuestos a correr para conocer el país. En X, el debate rehúye los matices, señala a las víctimas y olvida que la sociedad valora el exotismo, sobre todo de aquello que queda muy lejos. Viajar a Soria no luce igual en Instagram que bañarse en las playas de Goa. La autenticidad radica en hacer lo que casi nadie conocido ha hecho, en pisar lo que pocas veces los demás han pisado. En gritar al mundo: “Yo lo viví”. Y, sobre todo, tú no.