Cada vez más habitaciones y en menos tiempo, un trabajo duro físicamente que lleva a las empleadas, deslomadas, a medicarse para hacerlo, unos salarios que apenas han subido, cuando no se pagan por horas, en negro. Las kellys, las camareras de piso de los hoteles, protestaron un año más este domingo, 25 de agosto, contra las durísimas condiciones en las que limpian habitaciones y los bajos salarios que perciben. En Barcelona mostraron fotos de la lamentable situación en la que los clientes de los hoteles dejan las habitaciones, sean de ciudad o de costa, modestos o de lujo: baños sucios, rincones con basura, restos de comida y bebida por los muebles, ropa tirada por las camas y el suelo, colchones fuera de sitio o la suite de un hotel de cinco estrellas por la que parece que hayan pasado adolescentes de fiesta. La protesta evidenció que, tras una década de demandas del movimiento y récords históricos en el sector turístico y en el precio de los hoteles, su situación laboral apenas ha mejorado. También la nula empatía de algunos turistas con las mujeres que les hacen la cama y lidian con su desorden.
Juani Pérez, que trabaja en un hotel de tres estrellas en el barrio de Sants por la mañana y en otro de cinco estrellas en pleno centro de la ciudad por la tarde, aseguraba que no hay distinciones ni en las condiciones laborales, según la categoría, ni en el incivismo de algunos clientes. “Es un tema de fechas. En temporada alta y festivales, a la ciudad le gustan los turistas, pero a nosotras nos matan”, decía. Y mostraba imágenes explicando que cuando un establecimiento encuentra una habitación hecha unos zorros cobra al cliente un suplemento. “Un suplemento del que a nosotras no nos llega ni un euro”, añadía.
“En diez años ha habido cambios, pero son pañitos de agua tibia, no los necesarios”, lamentaba la presidenta de Las Kellys Unión Cataluña, Luz Amparo Suaza, empleada del hotel Vela de Barcelona y una de las pioneras de un trabajo en el que nadie llega en activo a la edad de jubilación. O cambian de tarea dentro de los hoteles o lo dejan porque no pueden más. Entre sus reivindicaciones figura la jubilación anticipada, limitar en el número de habitaciones y dar tiempo a hacerlas (en teoría, 15 minutos para una habitación ocupada; 30 para una de la que sale el cliente; o 45, para una suite), o mejoras ergonómicas como camas elevables, “porque un colchón pesa 30 kilos”. Una medida, esta última, ya anunciada en Baleares. “Hemos exigido a la patronal otra subida de nivel en la tabla del convenio: no es justo que seamos las personas más importantes de los hoteles y recibamos una remuneración tan baja”, alertaba. Y zanjaba: “Ha comenzado la Copa del América, han subido los precios y nuestro salario es el mismo, cuando el precio de las habitaciones alcanza los 10.000 euros…”. Suaza llamó a las compañeras a “perder el miedo, sindicarse y empoderarse”.
Desde la federación de Hostelería de CC OO, Paco Galván, admite que “algo se ha hecho, como subir del quinto al cuarto puesto en la tabla salarial del convenio de Hostelería, pero hay mucho por hacer”. Los sueldos oscilan entre 1.300 euros y el salario mínimo (1.134), informa, con un 9% de incremento repartido entre 2022, 2023 y 2024. Los hoteles “siguen externalizando, sigue habiendo gente cobrando en negro, aunque cada vez menos, las trabajadoras se siguen automedicando; primero para aguantar los dolores de espalda, codo y articulaciones, y luego para conciliar el sueño”. Galván denuncia que el sector “siempre recurre a una excusa (la pandemia, la crisis…) para no dignificar las condiciones de la hostelería”. También cita la exigencia de limitar el número de habitaciones: “Hay camareras que hacen hasta 24 en jornadas de cuatro o seis horas… o que hasta que acaban, no se van a casa”.
“La contradicción de un sector que genera empleo precario”
El investigador Ernest Cañada, de Alba Sud, que analiza las consecuencias de la turistificación, fue de las primeras voces en alertar de la situación de las camareras de piso constata que “ha pasado una década desde que el colectivo surgió en 2014-2015 y la convocatoria muestra que sigue en unas condiciones de alta precariedad”. “Las kellys surgieron en un contexto de mucha impotencia, angustia y precariedad, tras una crisis que comportó más carga laboral, degradación de las condiciones de trabajo, y externalizaciones… y diez años después el crecimiento turístico no se ha traducido en mejoras”, señala, y concluye que “pone en evidencia la contradicción de un modelo que hace la vida imposible al vecindario y genera empleo extraordinariamente precarios”.
Una de las fundadoras de Las Kellys es Eulalia Corralero, de Lloret de Mar (Costa Brava, Girona), y asegura que la situación del colectivo ha empeorado. Trabajó 45 años en un hotel de la costa (35 como camarera de piso y 10 en el comedor). No ha llegado a la jubilación en activo, porque su salud empeoró tanto que le dieron la incapacidad. Y relata por qué ha empeorado la situación. “Aquí, en la costa, históricamente, los hoteles eran familiares, pero los han ido vendiendo a fondos, que van al todo incluido y al beneficio. No se cumplen los convenios ni hay representación sindical. Y, como no encuentran camareras, salvan la temporada con empleadas por horas, muchas veces migrantes, con papeles o sin ellos, e incluso pagadas en negro”.
Corralero aclara que estas mujeres vulnerables aguantan porque o no conocen sus derechos o, si los conocen, tienen miedo a perder los ingresos. Otra carpeta son los clientes: “En temporada alta el desmadre está a la orden del día, son chavales que vienen de fiesta y les da igual todo: el día que se van, te duelen hasta las pestañas de tanto limpiar”. La precariedad en la hostelería, dice, explica que municipios como Lloret tengan la peor renta per cápita de Cataluña. Llama, también, a fijarse en la “pobreza femenina de los pueblos turísticos” causada por la precariedad del sector.
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