Tue. Oct 22nd, 2024
Relojes, capirotes y mantas: las tiendas que resisten al turismo

En el escaparate hay figuritas de Belén, maquetas de pasos de Semana Santa, velas y rosarios. También capirotes, guantes o cíngulos de nazarenos. En el interior, aromatizado con incienso, las estanterías están repletas de velas. La vinculación religiosa del local es evidente. “Tenemos dos épocas muy fuertes: Semana Santa y Navidad”, afirma José Ignacio Gonzalo, de 36 años, que dirige hoy la Cerería Zalo como antes lo hicieron su padre, su abuelo y su bisabuelo. Y antes otros familiares cuyas raíces se remontan hasta el año 1724. Es el negocio más antiguo del centro de Málaga y una absoluta rareza en un lugar rendido al turismo. En los últimos años los bares y restaurantes se han multiplicado, como las franquicias. En el nuevo ecosistema los comercios tradicionales están en vías de extinción. “La especialización es una de las claves para sobrevivir, pero también que el local sea nuestro. No podríamos afrontar los enormes alquileres que se piden ahora”, reconoce Gonzalo.

Licenciado en Filología, Fernando Alonso, de 52 años, es residente del centro de la ciudad desde pequeño. Vive cerca de la Plaza de la Merced y hace una década empezó a ser consciente de la rapidez con la que su entorno cambiaba. “Por aquella época arrancó un fuerte proceso de gentrificación y turistificación. La gente empezó a irse y, sin esta clientela, las tiendas de toda la vida iban cerrando”, recuerda el malagueño, que ejerce de profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Torremolinos. Decidió entonces escribir un libro que recordase la historia de los establecimientos más antiguos antes de que desaparecieran. Debían tener, como mínimo, 50 años de vida. Contó 34 y buceó en su historia para ofrecerla en el libro Comercios históricos malagueños (Ediciones del Genal). Fue publicado en 2018 y, desde entonces, han cerrado ocho de estos comercios, lo que supone un 25% del total. Algunos eran centenarios, vivieron en tiempos de la Segunda República, durante la Guerra Civil y el franquismo. “Han sobrevivido a todo menos a la masificación. El turismo ha arrasado con los vecinos y el comercio”, destaca. Él jamás pensó que el proceso de cierre de estos negocios fuese tan rápido. Apenas resisten ya farmacias, ultramarinos y una sombrerería, entre otros pocos.

Relojes, capirotes y mantas: las tiendas que resisten al turismo

Alonso considera que hay factores externos que han afectado, como el crecimiento de las grandes plataformas de comercio electrónico al estilo de Amazon; pero sostiene que son dos las claves que marcan el fin de estas tiendas. La primera, la escasez de vecinos: en el centro hay ya más pisos turísticos (4.800) que personas (4.200). Y, sin ellos, no hay clientes. La segunda, el incremento del precio de los alquileres de los locales, que alcanzan los 20.000 euros al mes, según los datos de Idealista. “Uno de los factores que nos ha permitido seguir es que el nuestro lo pudimos comprar y ya es de la familia. Si me pidieran 8.000 euros al mes, como pasa aquí al lado, seríamos inviables”, destaca José Ignacio Gonzalo. La Cerería Zalo —que también vende por internet— se ubica en calle Santa María, cerca de la catedral.

Turistas caminan delante del local donde se encontraba la ferretería El Llavín, este martes.

A pocos metros abría sus persianas la ferretería El Llavín cada día desde el año 1884. Era uno de los 14 comercios de este tipo que quedaba en los años 80 en el centro y la última en desaparecer. Cerró en la primavera de 2023. Su edificio será sustituido por un alojamiento turístico impulsado por la empresa Room 007 hostels and hotel. A su alrededor hay un local que vende turrones y garrapiñadas, un cajero ATM y media docena de negocios de souvenirs donde comprar —entre una multitud de objetos— trajes de flamenca, botellitas de cuatro centilitros de sangría con tapones de sombrero cordobés, toros con la bandera de España e imanes de nevera con forma de espeto, lo único con cierto sabor local.

“La red de suministros está despareciendo y, como ocurre con la ferretería, sin que haya alternativas”, lamenta Carlos Carrera, presidente de la asociación de vecinos Centro Antiguo de Málaga, que destaca también el componente psicológico de que la tienda de toda la vida sea sustituida por una franquicia, una tienda de recuerdos o unas taquillas para que el turismo guarde sus equipajes. “Es una sensación de pérdida, de que te están echando de tu barrio porque cada día es más difícil habitarlo”, subraya. Ya en 2019 un estudio del Observatorio de Medio Ambiente Urbano (OMAU), organismo municipal, advertía de que la alta presencia de franquicias y restaurantes —hasta el 40% del uso de plantas bajas— en determinadas manzanas del casco histórico estaba rompiendo el equilibrio. La pérdida de comercio tradicional desde entonces se ha disparado y hasta el Ayuntamiento les rindió homenaje en marzo de 2023 con una exposición en las calle de Larios y un libro. De los 42 negocios distinguidos, solo tres estaban en el centro.

Pablo Heredia, en la Relojería Heredia, el martes 10 de septiembre.

De vender alpargatas a servir ‘brunch’

Está todo enfocado al turista, hay demasiada hostelería y es un lugar ya incómodo para hacer un recado rápido, pero no tenemos otra que acostumbrarnos a los nuevos tiempos”, señala Pablo Heredia, que constituye la tercera generación del negocio que empezó su abuelo: la relojería Miguel Heredia. El establecimiento ocupa un minúsculo local en la Plaza de la Constitución, donde ponen hasta 60 pilas al día y cambian correas. Su fuerte son los arreglos. “El cajón de reparaciones se llena cada jornada”, dice Heredia, que cree que esa singularidad es la que les permite sobrevivir. “Al especializarte consigues que cuando la gente necesita tu producto, piense en ti”, añade Clemente Solo de Zaldívar, que a sus 73 años sigue acudiendo cada mañana a Zaldi Hogar, negocio que su familia fundó en 1850 y entre cuyas paredes él mismo se crio.

Sus fundas de sofá, juegos de cama, toallas o mantas conforman un escaparate que es una excepción en calle Nueva, donde diversas franquicias ocupan los bajos. Las plantas superiores están tomadas por los apartamentos turísticos, que en el caso de Zaldi Hogar son parte del negocio. “Los extranjeros vienen y compran unas sábanas y un par de almohadas porque los pisos donde se alojan no están tan limpios como esperaban”, explica. Solo de Zaldívar conoce a cada cliente por su nombre, al igual que su hija, junto con la que trabaja. También señala que el local es suyo y que es algo vital cuando cerca, según Idealista, hay alquileres de varios miles de euros. ¿No sería más fácil cerrar y vivir de las rentas? “Yo quiero estar a gusto, esto me encanta. Tengo mis necesidades y las de mi familia cubiertas. ¿Para qué quiero más?”, se pregunta.

Precisamente la venta a un inversor, unida a la jubilación de sus propietarios, supuso el cierre de Calzados Hinojosa el verano pasado. Con 103 años de historia, era uno de los negocios más conocidos por sus apreciadas alpargatas. Donde antes había un mostrador con una caja registradora del año 1900 están ahora las mesas y sillas de The Club, negocio especializado en brunch —desayunos tardíos— donde el mollete con jamón ibérico cuesta siete euros, un café con leche 2,70 euros y el agua —filtrada de la red pública— dos euros. En los últimos años el aumento del alquiler está también detrás del cierre de otro clásico: el Café Central y su mural con las nueve maneras malagueñas de tomar café, que hoy sustituye un pub de origen sueco. Cerca, el taller de afilado Manuel Ocón también ha cerrado y con él se han extinguido las clásicas tertulias que mantenía con sus clientes y vecinos. “Todos estos comercios y sus propietarios hacían a Málaga diferente de otras ciudades. Ahora ha perdido la esencia y es igual que el resto”, concluye, con cierta tristeza, Fernando Alonso.

Clemente Solo de Zaldivar con su hija en la tienda Zaldi Hogar, en Málaga.

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