México es un país de vacaciones, pero para los otros. Por millones llegan los turistas a los muchos paraísos marinos y terrestres mientras los locales apenas disfrutan de tiempo libre. Desde hace medio siglo no se tocaba la Ley del Trabajo que regulaba seis días de descanso laboral al año, y cuando los legisladores se han puesto a ello, los empresarios han protestado. Que no les salían las cuentas, dijeron. Ni modo: este 2023 ha empezado con una buena noticia: los trabajadores tendrán 12 días consecutivos de vacaciones. No es para echar las campanas al vuelo, pero es el doble de lo que tenían y una de las políticas que ahora exhibe el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Con esta reforma, México se pone a la par con países como Vietnam, Argentina o Mozambique. Entre otros muchos, le sigue superando Tanzania, por ejemplo, que tiene establecidos 20 días de recreo. La imagen del mexicano sesteando contra la pared con el sombrero charro calado no puede ser más falsa.
La Organización Internacional del Trabajo recomienda 18 días de descanso, pero eso era hasta ahora una quimera para los empleados mexicanos, que además son los que más tiempo dedican al quehacer remunerado de toda la OCDE: 2.128 horas al año frente al promedio de 1.716 del resto del club. El desempeño del trabajador no tiene, sin embargo, un reflejo en la productividad. Desde los bares hasta los museos, es fácil ver legiones de contratados que se reparten por cualquier rincón sin que se sepa a veces a qué se dedican concretamente. En una calle cortada donde los albañiles se afanan en un boquete pueden contarse hasta seis o siete agentes, quizá más, para regular durante unas horas el escaso tráfico. Pero eso es otro cantar.
Las familias mexicanas no tienen mucho tiempo para estar con sus hijos, pero los políticos les piden que presten más atención a los niños para que no anden vagando toda la tarde por calles que no incitan a ser un angelito. Cada cual hace lo que puede para satisfacer las exigencias de la casa y del patrón, a quien todo le parece poco. En esta negociación, que se extendió las últimas semanas de 2022, los empresarios fueron a llorar a los diputados porque se les hacía mucho conceder 12 días a sus empleados, así de golpe. Algunos legisladores prestaron oído al cabildeo empresarial y ofrecieron seis días consecutivos y los otros seis distribuidos el resto del año, de acuerdo con el empleador, es decir, a los pies de los caballos. Finalmente, se dejaron los 12 días para que el trabajador disponga de ellos como quiera. El segundo año en la empresa sumará otros dos días de vacaciones y así sucesivamente hasta alcanzar los 20 días anuales para los veteranos.
La mitad de la población se dedica al empleo informal, así que las buenas noticias solo son para la otra mitad. Los que arrastran cada mañana su puesto ambulante de jugos, tacos o ropa, tendrán que seguir la rutina de siempre, que son siete días de labor en muchos casos. De igual forma, son miles o millones los que cuentan con un empleo remunerado, pero se ven obligados a completar con otra jornada su débil economía, de modo que se dan esos extraños híbridos: maestros taxistas, policías tatuadores, enfermeras comerciantes o ingenieros carniceros.
Camino al andar, que diría el optimista. Como fuere, los trabajadores estrenan un nuevo año pensando ya si esos 12 días podrán compartirlos con los millones de turistas que disfrutan palmeras y arena fina en las costas caribeñas o visitando algunos de los muchos atractivos históricos que ofrece el país norteamericano. O todo se quedará en una negociación bajo el agua con el insaciable patrón, porque México tiene una legislación muy avanzada en numerosas materias sobre el papel, pero otra cosa es el día a día.
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