
Retratos de vírgenes, olor a incienso…. Con estas premisas, el lector más inquieto afirmaría que este reportaje va de iglesias… Pero si le añadimos un penetrante aroma a bacalao, un sutil extracto de comino y pimentón, el vahído de la salsa de tomate, el chasquido de un vaso sobre la madera y el bullicio de una buena conversación enmascarada entre toques de tambores y cornetas, quizás se desoriente, salvo que sea de Sevilla. Porque estos son algunos de los elementos que caracterizan a las tabernas cofrades, locales que mantienen intacta su esencia gracias a la fortaleza de una tradición cultural y culinaria que les ha permitido resistir a la seducción fácil del turismo o a las veleidades de la nueva cocina.
Otros lugares cofrades: de confiterías a un bar de copas
“Pero bares cofrades también son las confiterías”, advierte Alejandro Ollero, que llama la atención sobre otro plato típico de la cuaresma, las torrijas, que tiene en la confitería La Campana un referente en la ciudad. “Muchas veces vas paseando y no es hora para comer, pero te apetece parar a tomar algo y en esta época lo suyo es pedirse una torrija y mientras te la comes, también conversas sobre lo que sea”, abunda.
Y cuando ya han cerrado las tabernas, aún hay otro lugar que permanece abierto en la ruta cofrade de obligada parada: el Garlochí, una verdadera capilla de copas, de decoración barroca, donde las imágenes en los altares se mezclan con cuadros de la fallecida Duquesa de Alba y donde la bebida estrella es el coctel sangre de cristo. “Desde el principio supe que mi bar tenía que ser así. A mí me gustan los pasos, las cruces de mayo… todas las tradiciones sevillanas”, dice su fundador Miguel Fragoso.